Muchos científicos aceptan ya que hay diferencias apenas de grado en las conductas y los sentimientos de humanos y animales.
Todos creemos que a nuestra mascota “sólo le falta hablar” y es uno más en la casa. Muchos científicos aceptan ya que hay diferencias apenas de grado en las conductas y los sentimientos de humanos y animales.
Si usted se enganchó con “Por amor a vos” por el espectacular gato persa de Claribel Medina o es de los que en el fondo de escritorio de su compu tienen la foto de su perro labrador, esta entrevista le está dedicada. Porque Claudio Gerzovich Lis es un experimentado veterinario que se especializó -como muy pocos en la Argentina- en todos los secretos del comportamiento de perros y gatos.
Fue docente en la Facultad de Veterinaria de la UBA y en universidades de México y Bolivia. Ha publicado el best seller Nuestro perro, uno más en la familia y su sitio en Internet (comportamientoanimal.com) recibe innumerables visitas diarias.
Hace años disfruté dos libros del zoólogo inglés Gerald Durrell: Mi familia y otros animales y Bichos y demás parientes. ¿Realmente los animales pueden ser parte de nuestra familia?
Depende de qué especie estemos hablando. Si hablamos de especies sociales que tienen un comportamiento similar al del humano, como podrían ser los perros, no sólo pueden formar parte de la familia, sino que deberían hacerlo. Nuestro perro es el miembro no humano de la familia.
¿Perros y gente tienen comportamientos similares?
Unos y otros somos sociales; los perros viven en grupos sociales y los humanos también. Los humanos alcanzamos la madurez sexual antes que la madurez social; a los perros les pasa lo mismo. Los humanos mantenemos un comportamiento de juego durante toda la vida, que va decreciendo, pero no se pierde; los perros también. Los hijos de los humanos requieren cuidados de sus familiares para desarrollarse bien; los cachorros, también: la jauría, generalmente formada por parientes, los cuida. Los perros son territoriales; los humanos también: limitamos nuestra casa, nuestra esfera de influencia en el trabajo, etc. Somos omnívoros, aun cuando uno balancee ahora la dieta de su perro con alimentos especiales. Y, por fin, unos y otros somos jerárquicos, vivimos en sociedades y en familias donde hay estratos distintos, esferas de poder diversas.
¿Podemos hablar indistintamente de perros y gatos como integrantes de nuestra familia?
Los gatos también pueden ser miembros no humanos de la familia, si nosotros podemos respetar sus patrones comportamentales. Insisto en que el perro y el hombre se parecen mucho; pero el gato, no. Si yo quiero incorporar a un gato pensando que es un perro que maúlla, me voy a equivocar.
No me diga que usted es uno de los que tienen prejuicios con los gatos…
No, claro que no. Lo que pasa es que el perro es un animal social; y el gato es principalmente territorial. Muchos dicen que el gato es a-social. Yo no lo suscribo, digo que es parcialmente social. Y digo también que es sociable: es un animal que se acerca y es afectuoso, pero no necesita obligadamente de la interacción. El gato se incorpora a la familia, pero siempre desde un ángulo diferente que el perro.
Solemos decir que nuestro perro nos ama o que nuestro gato se estresa. ¿Podemos humanizarlos tanto? ¿Es lícito hablar de que perros y gatos tienen sentimientos, emociones, inteligencia?
¿Por qué decimos que eso es hablar en sentido humanizado?
Porque creemos que ésas son actitudes o rasgos de los seres humanos.
Exacto. Es cierto que en el campo popular hay mucho de antropomorfismo. Como contraparte, en el mundo científico hay mucho de antropocentrismo. La gente dice: “A mi perro sólo le falta hablar, es un humano”; y en el campo científico, se tiende a decir: “No, no, los sentimientos son privativos del humano”.
¿Y usted qué cree?
Que no, que los sentimientos no son privativos de los humanos. Yo creo que no hay diferencia de clase entre animales y humanos; hay diferencia de grado. O sea, somos parte de la evolución. Acabo de terminar En busca de Spinoza, un libro de Antonio Damasio, el prestigioso investigador en neurobiología. Spinoza era un filósofo holandés que decía que gran parte de los comportamientos humanos se basan fundamentalmente no en la razón sino en las emociones y en los sentimientos. Y fue denostado. ¿Por qué? Porque se defendía que sólo nosotros, los humanos, somos racionales. Y Damasio, tantos siglos después, está encontrando que hay un correlato en el sustrato anatómico con lo que Spinoza decía. Es un avance importante. Pero, aún más, Damasio postula que muchos de los comportamientos de los humanos son similares, en sus bases, a los de los animales. No quiero caer en que los animales son humanos. Digo que los animales no son humanos; pero que nosotros, los humanos, sí somos animales. Es increíble, pero estas ideas causan sorpresa hoy.
¿Habrá miedo de encontrar demasiadas similitudes, demasiada cercanía?
Por supuesto. Si un animal está más cerca mío de lo que yo creo, me atemoriza, porque descubro que no soy único sobre la Tierra. Fíjese que, en su momento, decir que la Tierra no era el centro del universo generaba desamparo.
Es obvio entonces que, por esas diferencias apenas de grado que usted señala entre humanos y animales, integrar un perro o un gato a la casa no es comprar un placard o una computadora. ¿Qué cosas habría que tener en cuenta antes de sumarlos?
Muchísimas. En estos casos no conviene la improvisación ni confiar en la suerte. Porque en la sociedad actual, si uno va a tener un perro, va a tener dificultades. Lo dice alguien que ama a los perros, que trabaja con perros y que vive con perros.
¿Por qué dificultades?
Porque un perro demanda mucha atención, mucha más que un gato; un perro lo ata a uno a un tipo de vida. Es decir, si yo vivo solo, o tengo mi familia y me quiero ir de vacaciones, cierro la casa y me voy. Si yo tengo un perro, ¿qué hago con el perro? ¿Lo llevo, no lo llevo? No lo puedo dejar solo. Si tengo un jardín hermoso, traje al perro y me quedé sin jardín. Vivo en un departamento; traje al perro, hace pis, caca por todos lados, rompió los sillones. Si lo pienso fríamente, todo lo que trae un perro son complicaciones.
¿Y si no lo pensamos fríamente?
Ahí está la cuestión. La decisión es centralmente emocional. Mire, yo viví siempre con perros, hasta hace dos años, cuando se me murió de viejo el perro que tenía y por primera vez en mi vida estuvimos sin perro en la familia. Yo no lo podía creer, pero me sentía más libre. Hasta que alguien me dijo: “Te voy a regalar un perro”. Y volvió esa necesidad o esas ganas de decir sí y me regalaron no solamente uno sino dos, que me trajeron un montón de complicaciones; pero también un montón de alegrías. ¿Le puedo contar una anécdota?
Claro.
Hace poco me llamó una familia para que la asesorara en la compra de un perro. Hermosa casa, jardín bárbaro. Cuando le pregunto a la dueña de casa qué esperaba del perro me dijo: “Sobre todo, que sea limpio”. Le expliqué que era mejor entonces ir a una juguetería y comprar un peluche. Los chicos, obviamente, eran los que querían el perro. Ella, gentilmente, me agradeció que les hubiera señalado todos los inconvenientes que traía un perro. A los diez días me llamó y me dijo: “Ya elegimos la raza. Ya sé que no nos conviene tener perro, pero todos tenemos ganas”. Ahí está el asunto: conocer los pros y los contras responsablemente y asumir el deseo y el beneficio emocional. Es así con los perros y con la vida. ¿Usted no quiere tener problemas? Bueno, no viva.
Me quedé pensando en que usted dijo que el perro es un animal jerárquico. ¿Es perceptivo del sistema de poder que hay en una familia?
Absolutamente. El perro siempre sabe quién manda. Muchas veces no manda nadie, y ése es el gran problema para él: la ambigüedad.
¿Por qué?
Porque un perro necesita seis palabras para que lo eduquen bien. Primero, debemos tener los conocimientos y después aplicarlos de manera coherente, firme y paciente. Educar (perros y chicos, si usted quiere) implica ser coherente en el mensaje, ser firme y ser paciente para obtener resultados. Esas son las primeras tres palabras (o actitudes) que necesitamos. Ya sé que todo junto es muy difícil.
¿Y las otras tres?
Las otras tres palabras que el perro necesita son ejercicio, disciplina y afecto. Y, ojo, en ese orden.
¿Afecto en el último lugar?
Ya sé que en las casas es al revés. O sólo afecto primero, afecto después y afecto al final. El perro, con sus diferencias, es un lobo doméstico que ha pasado por la selección de la especie. ¿Qué hace el lobo para vivir?
Se defiende y rapiña para comer.
Trabaja. O sea, tiene que estar ocupado todo el día para sobrevivir. ¿Qué hace un perro en una casa de familia? Nada o muy poco, y duerme en la cama con el dueño. Estoy hablando de las situaciones en las que hay afecto, no de esa gente que lo maltrata o lo tiene atado todo el día, lo que es un horror. Lo que quiero decirle es que el afecto solo no alcanza, ni con los perros ni con el resto de la familia de uno.